De nada sirve asumir la problemática ambiental como una causa y luchar por el equilibrio ecológico, si antes no reconocemos nuestro rol como criaturas de Dios, parte de la creación, y olvidamos que nosotros mismos somos terrenos de esta tierra. Proponemos, como parte de nuestro ser humano, hacernos cargo de nuestra pertenencia a la naturaleza, a la hermana madre tierra, no solo en el sentido de la relación con nuestra salud sino de que vivimos en ella y ella vive en nosotros. Lo más elemental de todo es que tenemos que hacernos cargo de que somos “terrenos de la tierra”. Si no partimos de nuestro modo de existir, que se da en la cotidianidad, entramos en contradicción con aquello por lo que combatimos. No podemos defender la tierra desde fuera, sino desde nuestra pertenencia a ella. Somos una especie animal que se ha ido empoderando. Capacidad que nos sitúa en otro orden que las demás especies. Poder que implica una gran responsabilidad. Que por ahora nos cuesta mucho asumir. Pero que esperamos que la asumamos por fin, antes de que sea demasiado tarde. No habrá una ecología sana y sustentable, capaz de transformar algo, si no cambian las personas, si no se las estimula a optar por otro estilo de vida, menos voraz, más sereno, más respetuoso, menos ansioso, más fraterno. Y los seres vivos nos caracterizamos por el intercambio simbiótico con el medio en el que lo primero es recibir, luego, asimilar y finalmente dar de nosotros. Si comenzamos recibiendo, somos puestos en la vida por otros, no somos nosotros los dueños de la vida.