Son tres las dimensiones que hay que trabajar en la interioridad; dimensiones que están interrelacionadas y por tanto al trabajarlas las integramos y cultivamos su totalidad. Por lo mismo al desarrollarlas se educa a la persona en relación y con capacidad para transformar la realidad. 1. Somos cuerpo y por tanto lo corporal tiene que ser un elemento muy presente en el acercamiento a la realidad profunda de la persona humana. Hemos superado el dualismo y la negativación de lo material. El cuerpo es un canal privilegiado de entrada en la propia interioridad. 2. Somos alma y con toda la riqueza que nos deja la vida emocional y relacional. Hay que cuidar la inteligencia emocional especialmente presente en algunos aspectos de nuestra vida. Lo relacional nos lleva a dar y recibir. 3. Somos dimensión espiritual y transcendente. Por ello vamos más allá de lo inmediato y aparente y suscitamos preguntas de fondo y de sentido y descubrimos experiencias humanas que se escapan a la comprensión más inminente y llegamos a suscitar la experiencia del absoluto. En el fondo, la interioridad es el lugar donde florece lo nuevo y lo esperanzador. La interioridad no solo lleva a darnos cuenta del tesoro interior sino a movilizarnos. La educación de la interioridad nos transforma y hace que pasemos a ser agentes transformadores de la historia propia y de la de los demás. El artículo aporta reflexiones, claves y ejemplos de actividades para promover el cultivo de la interioridad.