Toda espiritualidad, y la cristiana en particular, sabe del amor ecológico y practica la ética de la responsabilidad con el cosmos sublime y con el pequeño y hermoso planeta, escenario de ensueño y mundo de la vida en el que todos compartimos la existencia, al decir de Habermas. Por eso y solo por eso, la dimensión ecológica es no solo sustantiva sino exigitiva en todo proyecto educativo que de veras lo sea. Y más -mucho más- si ese proyecto educativo es el ignaciano, aprendido por Ignacio cuando Dios el Señor se le comunicó como un maestro al discípulo y lo condujo al conocimiento místico y práctico de las creaturas, allá en Cardoner cuando el río iba hondo. Así, la profunda espiritualidad ecológica del discípulo en Cardoner la traslada el Padre Maestro Ignacio tanto al Principio y Fundamento como a la sublime Contemplación para el Amor: en el comienzo y en el final de sus célebres Ejercicios Espirituales signados por la finalidad, amorosa y práctica, de en todo amar y servir. Con tales premisas el Fundador de la Compañía de Jesús compone la Parte Cuarta de la Constituciones acerca de los colegios y universidades de la Compañía.