Planificar en clave ignaciana y sinodal significa implicar a las personas desde el principio, utilizando la conversación espiritual y el discernimiento en común como métodos indispensables en cada paso. Lleva más tiempo, es cierto, pero a lo largo del camino construimos gradualmente la implicación, el compromiso y un sentido cada vez más fuerte de la misión. Estamos llamados a mirar hacia el futuro. El nuestro es un horizonte escatológico, por lo que el fracaso ni se espera ni se teme. Esto no significa que no nos esforcemos por mejorar aquí y ahora, sino que creemos que el aquí y ahora no es lo único que importa. Por tanto, adoptamos una visión más equilibrada y a largo plazo de las cosas. Tenemos un motivo más sólido para la esperanza. La planificación apostólica es un compromiso de que nuestro trabajo, siempre a través del discernimiento, de una manera humilde pero muy real, puede marcar la diferencia. Si nos vemos como colaboradores del Espíritu, llamados a ser humildes pero centrados, seremos capaces de avanzar con la energía y la urgencia del propio Jesús. Cada día agradeceremos la oportunidad de renovar la Iglesia, mientras caminamos juntos, discerniendo el camino a seguir, encendiendo pequeñas lámparas que iluminen la oscuridad de nuestra época.