José María Pérez-Soba y Escuela de espiritualidad Maristas de la provincia Ibérica Nuestros ambientes cristianos son cada vez más conscientes de que estamos afrontando un cambio de época que trae consigo una nueva disposición cultural ante lo religioso. El desafío es la silenciosa y nada polémica indiferencia. No es oponerse a nada en nombre de la libertad… es constatar que la fe no tiene la más mínima relevancia en la vida de grandes mayorías. La llegada de la modernidad y la pluralidad a nuestro entorno social ha traído consigo que los cristianos confesantes, militantes, sean una minoría. Dentro de esta cultura, las redes sociales, con su inmediatez y con lo escueto de sus mensajes, apoyan esta vida de consumo rápido, inmediato, de acumular comunicaciones. En este espacio las preguntas por la profundidad, por el silencio interior, por el sentido de todo ello, que necesitan tiempo y paz… no tienen cabida. Por otra parte, la modernidad plural nace de una crítica de las instituciones cristianas, católicas en nuestro caso, en su realidad histórica, que era inevitable. Muchos no son personas indiferentes a lo espiritual, sino a lo religioso. Nuestro lenguaje cristiano no sintoniza no solo con el de los jóvenes, sino con el de una parte importante de la sociedad general. Necesitamos personas que sepan recoger la Tradición y enseñarla en los conceptos y palabras de hoy, maestros que sepan unir cultura y cristianismo, de manera que nuestras mediaciones puedan ser comprensibles; palabras, ritos, arte, canciones, para poder tocar más corazones. Tal vez lo que necesitamos para romper el profundo sueño hipnótico del consumo sean experiencias rompedoras, que toquen nuestra profundidad y nos despierten del letargo de lo superficial. Algunas de estas experiencias pueden estar ligadas a lo espiritual. También el encuentro con la naturaleza y con su cuidado es un espacio diferente. La experiencia de encuentro con los márgenes, con los excluidos del sistema, es, sin embargo, la más directa a Dios.