Las universidades jesuitas siempre han enunciado su preocupación por la formación integral de las personas, se trata de algo que forma parte del ADN de nuestra institución y, en términos generales, de un paradigma educativo con 500 años de historia. Está claro que parte esencial de la formación integral de todo ser humano es ayudarle a ser un buen profesional, eso es nuestra principal tarea, pero no toda la tarea. Hemos de ayudarle a ganar en entidad como individuo que sabe quién es y lo que desea. Se trata de responder qué significa cultivar la vocación existencial de nuestros alumnos en una universidad de la Compañía de Jesús. Entendemos que, metodológicamente, habría dos estadios no siempre fáciles de separar. Uno general, para creyentes y no creyentes, en el que se cultivaría la innegociable necesidad humana de buscar y hallar un sentido personal para la existencia; el segundo se refiere a la oferta de la Fe como medio privilegiado para encontrar respuestas a los interrogantes antropológicos con apertura a la trascendencia, abiertos a tomar en consideración la presencia de un Dios creador que sueña al ser humano feliz y pleno; un sueño encarnado en Jesús de Nazaret. El segundo estadio implica el primero o, al menos, ha de ser realizado al tiempo; sólo cuando uno se pone en el camino de búsqueda personal se encuentra receptivo para recibir sosegadamente una oferta religiosa que ha de ser presentada de modo explícito, pero también razonable, comprensible desde las necesidades y expectativas de cada uno. Con este marco profundiza en lo mínimo que un centro jesuita de educación superior habría de ofrecer a sus alumnos y de las cualidades que deberían tener en su modo de ser personal y laboral. Solo si las instituciones son capaces de generar la cultura vocacional, el humus generativo, que favorezca este tipo de persona, estaremos colaborando a que se alcancen los fines anhelados por la Compañía de Jesús a través de sus obras educativas.