Hablar del Paradigma Pedagógico Ignaciano (PPI) es complicado y es polémico en la medida que lo usemos como lo que es según sus orígenes o según su utilidad más inmediata; en otras palabras, como “paradigma” o como “metodología de enseñanza-aprendizaje”. Ciertamente funciona en ambos sentidos. Sin embargo, hay que ir a los orígenes para saber por qué conviene más verlo como un paradigma que situarlo como método de enseñanza. En este paradigma (visión, perspectiva o enfoque de los que es educar para la vida), los jesuitas sintetizaron lo mejor de tradiciones precedentes: donde la originalidad es la síntesis y la espiritualidad, ésta sí “moderna” y que animaba la obra. Aquí se encuentran enunciados muchos aspectos que identifican las características de la educación de la Compañía de Jesús. Cuando se lo analiza, más que una metodología, es una visión, un enfoque, un espíritu para actuar. Es prácticamente una aplicación de los Ejercicios Espirituales (EE) al proceso educativo. El uso y sentido que se dé al PPI van transformando el pensar del estudiante para tener una visión en la vida, unos objetivos, una actitud de aprendizaje constante y permanente; y hasta para tener un horizonte por el cual vivir o, incluso, dar la vida. Esa riqueza es fundamental: no hay otro paradigma educativo tan amplio, tan rico, tan esperanzador como el del “Pensamiento Pedagógico Ignaciano”.