La autora reflexiona sobre sus vivencias y experiencias en la educación jesuita desde este ángulo del discurso del padre Arrupe, en 1973, que aterriza en cómo transformar a la sociedad, desde dónde debe hacerse esa transformación y dice que «los principales agentes de transformación y de cambio han de ser los más oprimidos, de los que los más privilegiados, al asumir su causa, son simples colaboradores instalados en los puntos de control de la estructura que se pretende cambiar». Afirma que 50 años después del discurso del padre Arrupe queda constancia de la expansión de esa mentalidad de cambio de las estructuras de injusticia y es indudable que, en el transcurso de estos años, esa semilla se ha propagado, en colegios y universidades, no solo de la Compañía de Jesús, sino de Guatemala y de Centroamérica.