Explica que los procesos formativos se producen en una dinámica de interrelación de comprensiones del entorno y valores existenciales entre educadores y estudiantes, con una intencionalidad que, en la educación jesuita, debe estar enriquecida por un proceso de inculturación del educador-mediador. Propone una lectura desde la “Contemplación de la Encarnación” (Ej 101-109) enfatizando las actitudes a potenciar en los educadores para reconocer la propia cultura y la de la realidad de los estudiantes donde media el aprendizaje (aculturación), sentirla (escucha) y responder creativamente a sus necesidades (transformación).