La Espiritualidad Ignaciana, y por lo tanto el liderazgo que bebe de esta fuente, tiene como eje la afectividad del individuo, clave en su desarrollo integral: intelectual, psico-emocional, relacional, profesional, etcétera. Esta experiencia espiritual busca el fortalecimiento de todas las dimensiones de la persona: afectividad, intelecto, sociabilidad, ética, profesionalidad y, dese luego, la espiritual. Es decir, de sus inteligencias racional, afectiva y espiritual y es mediante el discernimiento, clave fundamental de la vida espiritual, que la persona ordena sus afectos hacia una comprensión profunda de sí misma, de los demás y del mundo. El discernimiento la orienta hacia una fe positiva que le impulsa a comprometerse. Son, entonces, el manejo de su afectividad y el ejercicio del discernimiento, las cualidades distintivas del líder al estilo ignaciano.