La pedagogía aparece como una interlocutora privilegiada para acoger y desplegar el discurso experiencial de la espiritualidad. Así, educar lo invisible tiene que ver con construir puentes inspiradores de sentido entre tanta actividad que cada día acontece en el centro educativo y los principios y valores que de manera silenciosa e invisible la espiritualidad ofrece. Conscientes de que el término espiritualidad ha ido ensanchando sus fronteras semánticas de manera insospechada en las últimas décadas, entendemos por espiritualidad “una sabiduría religiosa de la vida que ofrece una propuesta de sentido holístico del hombre y del mundo”. La espiritualidad ignaciana, en tanto que espiritualidad cristiana, fluye del Evangelio de Jesús de Nazaret y ha llegado hasta nosotros a través de los escritos de Ignacio de Loyola (1491-1556), entre los que destacan los Ejercicios Espirituales. Antes que buenos profesores transmisores de sana doctrina, educar lo invisible demanda lúcidos maestros de vida capaces de “in-formar” los contenidos que ofrecen desde la virtud escondida que los inspira.