Por Luis David Prieto Silva y Sandra Patricia Romero Velasquez. Mirar en retrospectiva lo sucedido a partir de marzo de 2020, cuando la pandemia irrumpe de forma intempestuosa en la vida cotidiana de las personas y de las instituciones, implica reconocer todo aquello que se hizo y que permitió continuar con la vida en un sentido amplio. Implica emprender un ejercicio para dotar de sentido a aquello que irrumpió, que fue distinto, que abrió posibilidades y que más allá de ser pensado como algo coyuntural da lugar a nuevas prácticas que pueden permanecer y aportar a las actividades que se realizan de manera cotidiana en la Universidad. De un escenario eminentemente presencial se dio paso a un escenario preponderantemente remoto, de un escenario remoto a retornos parciales, y de los retornos parciales a un tercer escenario marcado cien por ciento por la presencialidad. Se describen los hallazgos el del “Observatorio de Practicas Pedagógicas Emergentes” (OPPE) del “Centro para el Aprendizaje, la Enseñanza y la Evaluación”, para identificar aprendizajes que permitieran enriquecer el trabajo que se venía realizando en la Universidad o precisar ajustes que se pudieran realizar de manera oportuna. Continuar la reflexión sobre los aprendizajes dados en la pandemia y asumir algunos los retos en conjunto como Universidad implican ubicar los aprendizajes en el centro y todo aquello que los potencia, por lo que de manera inicial es posible situar tres ejes de trabajo: las prácticas de enseñanza -aprendizaje, el campus universitario y la flexibilidad.