Entre los grupos de estudiantes que han vivido en primera persona la existencia de sistemas educativos con poca equidad es evidente que el de los niños y niñas, adolescentes, o jóvenes en situación de (dis)capacidad, es el primero. hay un consenso igual de importante respecto a que uno de los principales retos a los que se enfrentan todos los sistemas y comunidades educativas es el de hacer efectivo ese derecho, es decir, construir sistemas educativos en los que se entienda que la excelencia debe ir acompañada de equidad. Es más, no se debería concebir una idea de calidad educativa donde no estén presentes y bien articuladas la aspiración por una excelencia en los aprendizajes y rendimientos, con la exigencia de que esa excelencia alcance a todo el alumnado sin exclusiones, esto es, que se lleve a cabo con equidad. En muchas escuelas de todo el mundo, la preocupación por formas de enseñar y evaluar que sean justas con el alumnado más vulnerable se ha constituido en sí misma en una palanca de cambio y mejora escolar. De forma que, cuando un centro analiza y reflexiona sobre las barreras y las dificultades que tiene en sus culturas, políticas o prácticas para que un alumno o alumna o un grupo especialmente “desafiante” (respecto a la formas tradicionales de enseñar), aprenda y participe en la vida de la escuela de la misma forma que el resto de sus compañeros y compañeras, los acuerdos a los que se llegue para eliminar dichas barreras, terminan beneficiando no solo a los que suscitaron la preocupación al profesorado, sino a todo el alumnado del centro, y con ello se convierten en centros de verdadera calidad.