El lema del año ignaciano, propuesto por el P. General a la Compañía, no es simplemente un hermoso eslogan: es una invitación a dar un nuevo paso, a vivir una nueva “Pascua” y renovar existencialmente nuestra mirada sobre el mundo, sobre la Iglesia y sobre nosotros mismos. Es no solamente un llamamiento a “ver” de manera nueva la realidad en que vivimos, sino a “hacer” nueva esa realidad, a “transformarla”. Ello implica, como implicó para Ignacio, una verdadera conversión (“metanoia”), pero no solamente un cambio de mentalidad, de perspectiva, sino principalmente de vida personal y apostólica. Fue lo que ocurrió a los discípulos de Jesús en la Pascua y a Ignacio junto al Cardoner, cuando tuvo “una ilustración tan grande, que le parecían todas las cosas nuevas” (Autobiografía 39).