Descripción
Podríamos comenzar la reflexión haciéndonos esta pregunta como punto de partida: ¿Qué hacer con lo que no podemos elegir? Ciertamente, no pudimos prever ni anticiparnos demasiado a la complejidad que se nos impuso, casi de un día para el otro. Este tiempo de pandemia nos redujo, de una manera drástica, el margen de alternativas para responder al reto de educar.
Por eso: ¿qué hace un corazón ignaciano con lo que no puede elegir? Tres respuestas. La primera respuesta es “lo posible”, lo que está nuestro alcance, lo que nuestras fuerzas, inteligencias y disposiciones puedan, porque lo imposible deberemos dejárselo a Dios. La segunda es “afrontarlo” con realismo y valentía, como intuyo que se ha hecho hasta ahora en la mayoría de los centros educativos. Y la tercera, “discernir”. A esta última respuesta, me gustaría ofrecerle tres elementos para el discernimiento de este tiempo: una “clave”, una “certeza” y una “actitud”.