Descripción
Pese a lo que a veces puede oírse, el Discernimiento no es un invento de los jesuitas. Ni siquiera de San Ignacio. Aunque es evidente que San Ignacio contribuyó, a través de los
Ejercicios Espirituales, a que se reconociera su importancia y se difundiera su práctica.
Apurando mucho podríamos decir que el Discernimiento es tan antiguo como Adán y Eva: El árbol de la ciencia del bien y del mal bien podría decirse el árbol del Discernimiento.
La necesidad de buscar el bien y distinguirlo del mal en este mundo, la necesidad de
descubrir incluso más el bien que el mal, de distinguir entre lo bueno y lo menos bueno,
entre lo más bueno y lo óptimo, a partir de indicios que nos vienen dados por la misma
realidad desde fuera y que no son simplemente elegidos desde cada uno de nosotros...,
todo esto me parece que es algo esencial, constitutivo, del ser humano como ser orientado a actuar con libertad y responsabilidad en relación con Dios, si es creyente, y en relación con el entorno y con los demás aunque no fuera creyente.